ESPECTRO EN PISCOCOTO - HUAMANTANGA
Autor: Víctor Delgadillo Vilcachagua - Shago
Hay caminos muy antiguos que han visto transitar a los viajeros Atavillos (nuestros ancestros nativos) y a los gentiles. Formaron parte de las redes del Qhapac Ñan (caminos Incas) y aun hoy son usados por los habitantes del pueblo. Ingresan o salen por los puntos cardinales del pueblo, son anchos y bien demarcados, aunque ahora lucen deteriorados por el tiempo. Pero cada rincón, cada recodo tras la loma, cada zanja surcada por el huayco, están cargados de historias y de anécdotas, algunas de ellas muy sombrías y tétricas porque recuerdan acaso a gentes que sufrieron algún sacrificio, que murieron de “mala muerte” o incluso algunos que pactaron con el diablo y ahora, sus almas son las que deambulan manifestándose en la quietud de la noche y la soledad para espantar o tentar a los de este mundo.
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Zona de Piscocoto: el “viejo camino” entre la Cruz y el cementerio. |
Éste es el caso del antiguo camino que, procedente desde Canta, cruzaba por los cerros y unía varios pueblos antes de llegar hasta la capital de Atavillos. En su trayecto pasaba por Huamantanga, Quipan, Marco, etc. Actualmente gran parte de estos caminos han sido sustituido por la carretera, pero todavía quedan trechos del antiguo camino pedregoso, sinuoso y muchas veces espantoso. A unos doscientos metros del pueblo de Huamantanga, zona denominada Piscocoto al lado del cementerio, se puede ver un trecho del antiguo camino, son unos 500 metros entre los puntos donde la carretera se separa para circundar la colina. El camino sigue de frente bordeado por un muro de piedras, en la cima de la colina y frente al cementerio, hay una cruz verde para proteger al caminante.
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Colina de Piscocoto y el cementerio, la carretera desvía a la izquierda dejando ver el antiguo camino pedregoso bordeado por la pared de piedra. |
Quien se atreva seguir aquel trecho del camino no dejará de sentir un frémito por el miedo además de pesadez del cuerpo, pues ha sido escenario de macabras apariciones por lo que es considerado por los compueblanos como lugar maldito y pesado. Será porque en aquella colina que cruza el camino se encuentra el cementerio donde, aunque todos los que yacen inertes han recibido cristiana sepultura, no por ello algunos finados, cuando vivos, hayan sido unos zamarros pecadores cuyas almas ganaron el purgatorio. O será la maldición de los mallquis, huacas, pacarinas, piedras guancas y otros dioses tutelares andinos que vieron cómo hispanos y extirpadores destruían sus símbolos y lugares sagrados en Auquimarca (hoy es Huamantanga), Purunmarca, Caraycancha, o Guaracaní; y cómo sus sacerdotes y sacerdotisas fueron severamente reprimidos, azotados, rapados; o acusados de hechicería, quemados vivos.
Fue durante el estío veraniego de 1965 cuando a don Ricardo Estacio le sucedió un caso extraordinario precisamente en aquel segmento del camino viejo de Piscocoto, en la salida de Huamantanga. No fue un sueño o una pesadilla; fue un hecho real, físico, percibido en la plenitud consciente de los sentidos; fue algo que quedó grabado en su mente tan nítidamente como él posteriormente lo recordaba.
Debiendo cumplir algunas gestiones por encargo de la Comunidad de Quipan, don Ricardo Estacio y don Juan Ortiz (“Juan Leguía”) tuvieron que viajar a la ciudad de Canta y regresar el mismo día. Eran los tiempos en que la camioneta de don Juan Sánchez hacía el transporte desde la capital, un día de subida y el otro de bajada, salía entre las 10 de la mañana y llegaba entre las 5 de la tarde. De manera que los comisionados al no poder usar la camioneta, tuvieron que madrugar caminando desde Quipan bajando por el camino de Yani hasta la carretera central para tomar algún carro hasta Canta; y luego retornar caminando todo el trayecto.
Cumplida la comisión y tras el merecido almuerzo se aprestaron a salir a las 3 de la tarde, les esperaba cubrir unos 45 kilómetros de caminata (entre 8 a 9 horas) antes de llegar hasta Quipan, la ruta más indicada era seguir por la carretera. Según la costumbre de antaño antes de emprender arduas tareas, hicieron la armada chacchando hojas de coca sazonadas con cal y fumando cigarrillos, con lo cual además de cumplir el ritual para que todo salga bien, se buscaba disminuir los estragos del duro trajín. Durante el trayecto siempre acompañan temas de conversación y comentarios los que disimulan el cansancio y también el miedo especialmente desde la gruta del Señor de Huamantanga donde les cerró la noche.
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Les cerró la noche pasando la gruta del Señor de Huamantango. |
En aquellos años el pueblo de Huamantanga tenía luz eléctrica generada por motores a combustible que alumbraba la ciudad hasta las 10 de la noche. Los caminantes cruzaron las calles oscuras y desoladas de dicha ciudad como a las 11 de la noche, solo iluminados con la luna creciente, animados con la expectativa de llegar a su pueblo en no más de una hora a pesar del cansancio. Al cruzar por Piscocoto, por el camino viejo al costado del cementerio, sintieron el frio sobrecogimiento que provoca ese lugar; al llegar a la cima del cerrito, la cruz verde cual guardián salvador, les devolvió la confianza y el valor; además desde allí pudieron apreciar pese a la penumbra, la cercanía de los cerros quipanenses; fueron esos momentos de sosiego por lo que decidieron tomarse un descanso recostándose en una prominencia al costado del camino.
Don Ricardo sacó su cajetilla de tabaco para saborear un cigarro “inca”, encendió el cerillo de fosforo “llama” pero no llegó a atizar el cigarrillo que llevaba a la boca, porque una corriente de viento muy fría apagó de plano el cerillo de fosforo y continuó la ráfaga fría silbando como en la puna.
Más bien sus ojos se clavaron enfrente, por que llamó su atención que ahí, a casi un par de metros, apareció una nube azulada muy tenue, poniéndose más densa poco a poco conforme se agrandaba, de entre aquella nube iba apareciendo la imagen de una mujer: primero el grotesco rostro de anciana y luego su cuerpo con el torso jorobado cubierto con una raída vestimenta; la azulada nubecilla parecía que brillaba con la luna y reflejaba en ese siniestro espectro, dejando ver claramente toda sus facciones, más nítida todavía cuanto que se iba acercando lentamente con los brazos extendidos hacia él, paralizando y pasmando todo su cuerpo.
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Los caminantes cruzaron las calles oscuras y desoladas de la ciudad |
Son esos momentos extremos que causan temor en las personas, porque perciben el peligro latente. El instinto natural hace ponerse a la defensiva como para dar tiempo que el cerebro elabore una estrategia que puede ser: enfrentar o correr. Don Ricardo decidió enfrentar esa situación, venga lo que venga, pase lo que pase.
Entonces se midieron las miradas, cara a cara: a la anciana le brillaban los ojos sin pestañar, su mirada era penetrante y severa, parecía que había fuego dentro de ellos; la rugosa tez visible del rostro casaba con una narizota aguileña salpicada con lunares o gránulos amorfos; abría la boca como queriendo decir algo, en realidad emitía guturales resoplidos y jadeos manando verdosas babas que chorreaban por la comisura de sus labios; la boca entreabierta ponía al descubierto escasa dentadura pero también dejaba sentir una hedor nauseabundo; ese rostro remataba en una prominente quijada torcida hacia su derecha, así como una larga cabellera blanca muy desgreñada que cubría hasta sus hombros; sus brazos extendidos sostenían manos huesudas dotadas con deformes dedos y uñas puntiagudas cual aves de rapiña.
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Era un ser sobrenatural, le brillaban los ojos, resoplaba y le salían babas verdes... |
Se iba acercando lentamente con los brazos extendidos como queriendo coger por los hombros a don Ricardo, o abrazarlo, o sabe Dios qué propósitos malsanos. Él, poseedor de un carácter indomable, aunque con la tensión al tope, se sobrepuso de inmediato y dirigió su mirada firme, directo a la frente, allí entre los ojos del horrendo espectro y gritó mentalmente desde su fuero interno:
- “Largo de aquí bruja de mierda #@Ω%β&... Y déjame en paz”; la vieja parecía tastabillar en su intento de acercarse y frenaba su avance cada vez más seguido; súmese a esos momentos del suceso los fuertes ronquidos de don Juan Leguía, que a la sazón se había quedado profundamente dormido. El espectro lentamente comenzó a retroceder, alejarse y esfumarse hasta desaparecer junto con su azulada nube. Don Juan seguía durmiendo y roncando y no se percató en nada de lo que había sucedido, tuvo que ser despertado de un tirón para continuar el viaje a Quipan.
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De una nube azulada apareció una mujer horrible que iba acercándose lentamente con los brazos extendidos... |
Cuál habría sido el desenlace si el espectro alcanzaba su objetivo. En el decir de la tradición pueblerina, es una tentación del mismísimo demonio en busca de poseer el alma del marchante de turno, convirtiendo su cuerpo en un pelele que sigue viviendo y vagando en este mundo, más allá de la esquizofrenia y la locura, para terminar muriendo descarnado en cualquier lugar de manera horrenda, tal vez descuartizado y regado sus restos por el campo, tal vez desbarrancado en un profundo abismo, o simplemente desaparecer de un momento a otro.
Shago, junio 21
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