EL ROL DE “LOS MONTONEROS“ EN LA INDEPENDENCIA
A propósito del Bicentenario, de
recordar los 200 años de la independencia de nuestra patria y de quienes
intervinieron para lograrlo, considero importante difundir la participación
anónima de personas de las serranías del Perú, que en forma no muy bien
organizada pero conscientes de sus actos, lucharon a favor DE LA INDEPENDENCIA
DEL PERU. El Director.
Al final, sabemos que, en el acto
central de la proclamación de la independencia, el 28 de Julio de 1821, decretó
que todos los negros que nacieran a partir de esa fecha serían libres. El
Documento Nº 9 sobre la esclavitud dado el 12 de Agosto de 1821 en Lima y que
lleva las firmas del propio San Martín y de Bernardo Monteagudo así lo dispuso
: “1º Todos los hijos de esclavos que hayan nacido y nacieran en el territorio
del Perú desde el 28 de Julio del presente año en que se declaró su
independencia, comprendiéndose los Departamentos que se hallen ocupados por las
fuerzas enemigas y pertenecen a este estado, serán libres y gozarán de los
mismos derechos que el resto de los ciudadanos con las modificaciones que se
expresarán en un reglamento separado”. No dijo que los negros esclavos dejaban
de serlo junto con el virreinato, que daba paso al Estado libre e independiente
y que era a todas luces un capítulo del pasado político del Perú. Las presiones
para hacerlo eran diversas. En el propio decreto sobre la esclavitud, el
libertador del Perú lo deja entrever: “Yo no trato, sin embargo, atacar de un
golpe este antiguo abuso, es preciso que el tiempo que lo ha sancionado lo
destruya; pero yo sería responsable a mi conciencia pública y a mis
sentimientos privados, si no preparase para lo sucesivo esta piadosa reforma,
conciliando por ahora el interés de los propietarios con el voto de la razón y
la naturaleza”. La promesa no se cumplió y realmente resultaba difícil dar el
paso de la libertad de los negros, ya que eran considerados partre sustantiva
para el sostenimiento de la economía virreinal y desde luego de la naciente
república.
Recién a mediados de siglo, en
1854, fue Ramón Castilla quien, luego de levantarse desde Arequipa contra el
gobierno de José Rufino Echenique, considerado el primer presidente de la
bancarrota fiscal por el despilfarro que llevó delante de nuestra economía por
esos años solventada por la demanda del guano en el mercado internacional,
decidió la abolición de la esclavitud total de los negros y la eliminación del
tributo que pagaban los indígenas, tantas veces prometida desde los tiempos de
la independencia. Es verdad que Castilla lo había hecho, además, promovido por
los intereses de acabar con Echenique a cualquier precio y por eso el decreto
que fuera redactado por Manuel Toribio Ureta decía que “serán indignos de la libertad únicamente los esclavos siervos que tomen
las armas y sostengan la tiranía del ex Presiden te Don José Rufino Echenique,
que hace la guerra a la libertad de los pueblos”.
Las agrupaciones de estos bravos
peruanos, en su mayoría incógnitos y marginales, pero que resultaron eficaces
por su compromiso para lograr la independencia del Perú, han pasado a la
historia como los denominados MONTONEROS, PORQUE ACTUABAN POR MONTONES, sin
organización ni estructura de mando y mucho menos sin la disciplina de las
tropas, pero, a cambio de todo ello, eran inagotables en su dispersión para llevar
a cabo la tarea que les pudieran encomendar, casi con fidedigno cumplimiento,
dada su resistencia para los climas y territorios agrestes que, por lo demás,
conocían de memoria. Los montoneros formaron las primeras guerrillas que
registra la historia del Perú y acaso de América, y se ganaron su espacio en la
literatura recogida por los historiadores. Es probable que poco hubieran
conseguido los patriotas sin el concurso de estos peruanos de adentro y
anónimos, pero identificados con la gran causa nacional.
La principal característica de
los montoneros eran que constituían grupos armados informales. Es probable que,
antes de que se produjera toda la vorágine de la libertad, actuaran en los
caminos desolados ganados por el pillaje, que cundió mucho durante los primeros
años del siglo XIX. Los montoneros facilitaron mucho los desplazamientos de las
tropas patriotas al mando del general José Antonio Alvarez de Arenales, porque,
conociendo mejor que nadie la difícil geografía de nuestra hermosas serranías,
sirvieron de guías extraordinariamente eficaces. En cuanto a su conducta con
los ejércitos enemigos, se dedicaron a acosarlos y agotarlos cada vez que lo
quisieron y casi siempre lanzando piedras con hondas de largo alcance desde
posiciones impensadas por las tropas realistas, que se mostraban desconcertadas
por no poderlas neutralizar o acabar.
La realidad de la situación llevó
a los realistas y a los patriotas a buscar ganarlos a sus filas las veces que
pudieron tenerlos cerca. Una evidencia de que el libertador San Martín había
visto con buenos ojos el sentido de utilidad de los montoneros, pero también su
integración al derrotero nacional, fue la dación de la denominada Instrucción
de la guerrilla, que era una suerte de manual para quienes buscaban
relacionarlos con los ejércitos. Quizá el montonero más representativo que ha
quedado en las páginas de la historia de nuestro proceso independista fue
Ignacio Quispe Ninavilca, dotado de gran liderazgo por tener bajo su mando
grandes grupos de indígenas que controlaban la movida zona de Huarochirí, que
ha sido, como hasta ahora, uno de los principales accesos a Lima. Ignacio
Quispe Ninavilca fue incorporado al ejército como comandante de guerrilla y tuvo
un rol descollante por su capacidad, liderazgo y mando sobre los contingentes
de montoneros de la sierra central del Perú.
Entre las primeras
manifestaciones de una participación de los montoneros “in loco”, es decir, en
el terreno, figuran las batallas en Huamanga. Los realistas que se hallaban en
Andahuaylas debieron impactar a la fuerza de los patriotas al mando de Bermúdez
y Aldao, pero éstas, por la audacia de sus jefes pudieron partir a Huancayo
para adiestrar a indios jóvenes. Los realistas estaban bajo las órdenes del
temido Brigadier Mariano Ricafort y cuando intentaron ingresar a Huamanga se
les enfrentaron los indios montoneros con las baterías cargadas. La batalla
desigual por las armas fue cruenta. Todo el día –era el 29 de noviembre de
1820- fue una completa carnicería que dejó regados más de mil indígenas, pero
que dieron muestras de no quererse rendir. Ricafort con superioridad armamentística llegٕ entrar a la capital ayacuchana como
era su objetivo. El 2 de diciembre de ese mismo años hubo saldos parecidos en
la batalla por la posesión de Cangallo. Una vez más los indígenas resistieron
en desigualdad de condiciones, pero no se rindieron.
Dominado
Cangallo, el ensañamiento de Ricafort no tuvo límites. Mandó aniquilar a los
ancianos mientras los niños sobrevivientes huyeron a los cerros, y hasta
incendiaron todo el pueblo. La mala fama de Ricafort había llegado a los oídos
de San Martín y Alvarez de Arenales, que lo tenían en la mira y querían
cruzárselos mientras seguía sus travesías por los Andes. La confianza abrumaba
a Ricafort: en el camino hacia Huancayo tuvo otro enfrentamiento que produjo
esta vez la muerte de 500 patriotas. El brigadier recibió órdenes de volver a
Lima, pero, en el trayecto de su retorno por San Mateo, los montoneros no
cesaron de fustigar a sus anchas a los realistas que prácticamente llegaron a
las puertas de Lima agotados y con menos hombres, y Ricafort bastante cansado y
desmoralizado. El único destacamento que Ricafort había dejado en Huamanga al
mando del coronel José Carratalá en realidad no pudo contra la sed de venganza
de los montoneros, quienes con ondas y palos habían acabado con todos, en
represalia por las bestialidades que había dejado a su paso el alto oficial
Ricafort, para muchos un perfecto sanguinario e implacable con la vida de los
indios más vulnerables, a los que ordenaba rematar sin ningún miramiento.
Conforme iban pasando los días y las semanas, los montoneros pudieron
organizarse mejor y sumaron 5,000 indígenas. En adelante los realistas
actuarían con la carga del miedo, que hasta ese momento pasaban por alto
creyéndose siempre superiores. A Ricafort no todo el tiempo la suerte lo
acompañó. Había sido gravemente herido
en una emboscada en la quebrada de Canta, precisamente a manos de los
montoneros por los que sentía desprecio. Los sucesos en la sierra pronto
volverían su atenta mirada a la costa, donde se hallaban el grueso de los
realistas y del Ejército Libertador. En una segunda expedición realista por
Jauja, Ricafort y sus hombres la pasaron muy mal. Ya era 2 de mayo de 1821
cuando los españoles fueron masacrados en la gran batalla de Quiapatá, que puso
en estado grave a Ricafort, quien sólo pudo volver a Lima en camilla ante el
desconcierto de los realistas y del propio Virrey.
Finalmente,
como ha recogido Juan Mejía Baca, la visión de los montoneros y su aporte en la
gesta libertadora fue descrita por Germán Leguía y Martínez en su libro
“Historia del Protectorado”, de esta manera : “Tales cuerpos de fuerzas que por
su orden disperso llámense guerrillas;
por andar en partidas sueltas partidarios;
por su falta de reglas, disciplinas y ejecución cuerpos francos –denominados en España simplemente guerrilleros y en Francia franco tiradores-, fueron bautizados por
los españoles que guerreaban en el Perú con el dictado de montonero por su modo y
manera de embestir y lidiar; sin plan previo, …. EN MONTON. De ahí la
denominación de montoneros que le
pusieron a las guerrillas en la guerra de la emancipación, y después consagrado
con sello definitivo por el uso y por el tiempo”. Esa fue la participación
provechosa, pero sobre todo significativa de los grupos de montoneros en el
inicio de nuestra vida republicana.
(Extraído
del libro LA RUTA DEL BICENTENARIO DEL PERU – TOMO I, de Miguel Angel Rodriguez
Mackay. Abril 2021)
Lo
resaltado en negrito es de nosotros.
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