UN PUMA EN PUCAHUANI

Moisés Estacio C., Víctor Delgadillo V. – junio 2017


Sucedió en el fundo de Pucahuaní, lugar silvestre de chacras y árboles, a 2.5 km hacia el norte del pueblo de Quipan. Era el mes de marzo de 1934, después del invierno crudo los campos y los cerros han quedado vestidas de verde vegetación, los cerros y colinas llenos de pastos y las quebradas con frondosos arbustos y arboleda. El fundo ocupa una inclinada meseta entre el cerro por el lado de arriba y la quebrada de Argua por el lado de abajo, tiene aproximadamente cuatro hectáreas de terreno cultivable dividido en chacras de varios propietarios, quienes tienen construidas rusticas cabañas para acampar mientras duren los trabajos agrícolas o pecuarios. 

Los hermanos Ernestina de 16 años y Moisés de 6, tenían el encargo de sus padres para realizar la cuspa (aporque) de las papas y ocas sembradas en la chacra de Pucahuaní, trabajos que los niños debían completar en dos jornadas. Lo de niños es solo la acepción relativa a la edad biológica; porque en Quipan las personas empiezan a trabajar ni bien aprenden a caminar, es la responsabilidad impuesta por la necesidad y la costumbre; los trabajos de la cuspa eran de amplio dominio para la edad de ambos hermanos.

Provistos de comida y abrigo necesario para las jornadas de trabajo, incluyeron en sus mantadas sus respectivos alachos que son herramientas de labranza apropiados para la cuspa, aquella mañana tomaron rumbo hacia la chacra por el camino de Soncococha, acompañados de sus dos fieles perros: “Napoleón”, grande, joven y lozano Golden de pelo oscuro e imponente porte; y “Jazmín” la pequeña engreída de mechones blancos. El sinuoso camino de bajada, no es nada para quienes están acostumbrados a esos duros terrenos, de manera que, siendo las 8 de la mañana, luego de casi una hora de caminar, los hermanos iniciaban la labranza cada uno por su charcuy (segmentos en que dividen la chacra para asignar a cada bracero) interrumpiendo a medio día para almorzar y luego seguir de largo hasta las 6 de la tarde. Cansados de la dura jornada fueron a su rancho para preparar la cena y tender la cama; una breve sobremesa después de la cena y se echaron a dormir; los perros se acurrucaron del lado de la puerta.

El merecido descanso de los pequeños labradores fue interrumpido bruscamente por los furiosos ladridos de los perros. Despertaron sobresaltados y vieron que los canes muy presurosos salían del rancho, al mismo tiempo que escucharon nítidos ruidos de pisadas provenientes desde unos 10 metros afuera, en aquella oscura noche. Era de esos ruidos que produce la hojarasca y el pasto cuando alguien lo mueve o pisa al caminar. Tras el bullicio de los ladridos, los asustados hermanos escucharon un fuerte rugido seguido de roncos gruñidos amenazantes, mientras los perros se movilizaban frenéticos en amagos de ataque y defensa, como tratando de evitar que el intruso avance hacia la choza.

El temor que se apoderó de los muchachos se acrecentó hasta el límite del pavor, al comprender que los rugidos eran de un puma. Estas fieras, en el día se esconden en sus guaridos o en matorrales, salen por las noches a cazar y alimentarse; y ahora un puma estaba allí, a pocos metros de ellos, tal vez hambriento y dispuesto a comérselos, solo estaban ellos dos, no había gente en aquel paraje oscuro y solitario. Pero el valor superó al miedo, había que tomar una decisión y hacerlo con determinación: se levantaron de inmediato de la cama, cogieron cada uno un palo y quedaron a la expectativa, armados así para enfrentar al puma si fuera necesario.

La intrépida "Jazmín" atacaba con bravura y “Napoleón” arremetía con mordiscos que hacían gruñir al puma...

Afuera y a juzgar por la violencia de los ruidos, los valientes perros se batían con la fiera que al parecer pretendía llegar hasta la choza; la intrépida Jazmín era la más animosa, atacaba con bravura y ágilmente corría de un lado a otro rodeando al puma, momento que aprovechaba Napoleón para arremeter con mordiscos que hacían gruñir a la bestia; el felino lanzaba rugidos estrepitosos al tiempo que descargaba zarpazos que a veces asestaba en los canes haciéndolos chillar de dolor, pero ellos volvían en contrataque. Se podía presumir que en esta pelea las fuerzas favorecían al puma que era más grande, que estaba acostumbrado a cazar, que solo Napoleón podía herirlo seriamente, ya que los mordiscos de la pequeña Jazmín si apenas le podía hacer algún cosquilleo en la gruesa piel.

Pero los nobles sabuesos defendían a sus amos con mucha determinación y con una táctica digna del mejor estratega: la pequeña de mechones blancos acosaba por los flancos y la retaguardia del puma mientras los dientes del mastín pelo oscuro rasgaban en alguna parte del cuerpo del felino cuando este atacaba a la pequeña. En respuesta ellos también recibían sendos zarpazos; no caben dudas que la sangre derramada era de los tres animales en litigio. Hasta que el puma asestó una rápida y violenta manaza contra Jazmín que la hizo emitir un leve quejido lastimero y quedó fuera de combate. Los aterrados hermanos no volvieron a escuchar los ladridos de su engreída, mirándose el uno al otro, temieron lo peor. Napoleón, aunque con la voz ronca, arremetió con más violencia lo que hizo retroceder al oponente, así pasaron alrededor de la choza, luego el puma emprendió la retirada perseguido por el aguerrido perro.

Un tiempo después Napoleón regresó a la choza, cansado y jadeando, con muchos rasguños y ensangrentado por todo su cuerpo; los muchachos lo abrazaron cariñosamente y él respondía moviendo la cola contagiándose con sus amos del orgullo por haber repelido al intruso puma; le cubrieron suavemente con sus ropas y lo cobijaron en su cama hasta que quedó dormido; dieron gracias a Dios por haberlos salvado de la fiera. Los hermanos no pudieron conciliar el sueño, estaban muy preocupados por Jazmín; ya la calma había regresado, pero ninguno se atrevía mirar por alguna rendija, menos salir para averiguar; solo quedaba esperar, largas y aburridas horas de espera.

Ernestina y Moisés se hincaron rodeando al inerte animalito y se echaron a llorar desconsolados...

El trinar de los pajaritos anunció el nuevo día, estaba rayando el alba y era el momento que Ernestina y Moisés estaban esperando; se levantaron y precipitadamente salieron a buscar a su perrita; no tuvieron que caminar mucho, allí entre el pasto verde al costado de la acequia yacía tendida inerte y ensangrentada la noble perrita de mechones blancos, triste final para tan valerosa estirpe; los chicos se hincaron rodeando al animalito y se echaron a llorar desconsolados. Luego recuperándose del pesar, cavaron con sus alachos un hoyo junto a la choza y dieron sepultura a su engreída; honor y réquiem para quien les había defendido hasta la muerte.

Si alguna vez vas para Pucahuaní, acércate a la cabaña de piedras y adobe que construyó el abuelo Abel (aún queda en pie los cercos de piedra semicaídos), un metro a la derecha antes de llegar a la puerta, encontrarás una pequeña piedra paccha (plana) que, a modo de loza, indica el lugar exacto donde yacen los restos de Jazmín, la perrita de mechones blancos de nuestra historia.

Comentarios

  1. MUY HERMOSA HISTORIA CAMPESTRE Y MUY BIEN NARRADA... CLARO QUE EL AMIGO VICTOR VILCACHAGUA TIENE UNA BUENA PASTA DE NARRADOR...DEBE CULTIVARLA Y SEGUIR ESCRIBIENDO Y PUBLICANDO SUS TEMAS... LAS CRITICAS DEBEN SER SIEMPRE CONSTRUCTIVAS. FELICITACIONES.
    YO CONOZCO PUCAHUANI, ES UN LUGAR MUY ESCARPADO Y ESTA EN UNA HONDONADA CERCA DEL RIO ARGUA EN UNA MESETA BASTANTE ACCIDENTADA... ALLI TENIA UN FUNDITO MI ABUELO MATERNO NEMESIO GUARDAMINO. YO CREO QUE SUS HEREDEROS LO HAN VENDIDO PUES YA ELLOS RESIDEN LEJOS DE QUIPAN, EN SU MAYORIA EN EL GRAN HUARAL Y LIMA...

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