DE ESTA O DE LA OTRA (Primera Parte)

Autor : Víctor Delgadillo Vilcachagua

Una noche muy obscura de junio, mes de mucho frío en Quipan, en la sala del primer piso disfrutábamos de una tertulia entre licor y licor. La junta de tres comensales empezó con la “armada”, seguido de tragos cortos y cervezas, iluminados con una vela debido que esa noche no había luz eléctrica. Eran las 2 de la madrugada cuando escuchamos un ruido fuerte, nos pareció como una voz ronca muy rara y provenía de la calle; los brindis y la conversación cesaron y la respiración también, silencio absoluto para percatarnos de qué se trataba. Los segundos parecían interminables ahí cruzándonos las miradas unos a otros como para darnos valor. De hecho, cada cual había discernido que podría ser un alma en pena. El licor en la cabeza me dio un poco más de valor para volverme hacia la puerta de calle y tratando de disimular el miedo pregunté :

- ¿De esta o de la otra?

No hubo respuesta, solo escuchamos ruidos de pisadas, cada vez más cercanas… luego una voz femenina y muy enérgica:

- ¡Abran la puerta borrachos de mierda… hacen tanto ruido que no dejan dormir!

La señora Dorita venía muy incómoda y adusta, desde el entablado dormitorio del segundo piso que tiene acceso y escaleras independientes por el exterior, dispuesta a “cerrarnos el negocio” porque nuestra conversación, risas y comentarios avivados por el licor que, en la soledad apacible del pueblo y de esas horas, seguramente sonaban como estampida.

La anécdota de aquella noche nos abre la ventana a la ultratumba, uno de los temas más apasionantes y arraigados de nuestro pueblo a pesar que concita temor e incredulidad. Se trasmite a las generaciones a través de leyendas y cuentos de fantasmas, almas, aparecidos, penitentes, encantos, espectros, duendes, demonios. Suceden en algunos lugares en particular que los convierten en “pesados” pero también es posible encontrarlos en cualquier sitio y tiempo, día o noche. Por cierto, con el transcurrir del tiempo los argumentos sufren algunos cambios respecto de la versión original, dependiendo del énfasis que le pongan los narradores del momento.

Partiendo del concepto religioso por el cual los vivos estamos en esta vida y los muertos pasan a la otra vida, se considera que los fantasmas son almas en pena que no pueden encontrar descanso tras la muerte y quedan atrapados entre este mundo y el otro, manifestándose ante las personas vivas en una gama de formas y expresiones.

La memoria retiene aun y se refresca con aquellos bonitos momentos de la niñez, cuando junto con otros primos, le pedíamos a la Abuelita “Folensha” que nos cuente sobre almas. Por las noches de fin de semana, nos acomodábamos alrededor del fogón sentados sobre unas boñigas o sobre el pellejo de borrega; mientras tanto la abuelita, aunque cansadita por el trabajo de todo el día, seguía limpiando y acomodando los trastos, así como previendo lo necesario para seguir la rutina del día siguiente. También encontraba un momento solaz al contarnos todo de su repertorio, le pedíamos una y otra vez aquellos cuentos que más temor causaban. Nadie se atrevía salir al baño (en esa época era en la misma calle).

Llegada las 11.00 de la noche, minutos más o menos, la Mamita ponía punto final a la jornada y colorín colorado… cada uno a su cama. Ahora viene lo bueno: Teníamos que caminar de la cocina hasta la casa grande donde están los dormitorios, distante dos cuadras y pasando por el “motor” que es un sitio “pesado”, pero había que hacerlo todos tomados de la mano, en tropel, sin mirar hacia atrás, con el pelo erizado y la piel escarapelada.


De aquellos cuentos aprendimos la consabida pregunta ¿De esta o de la otra? misma que se atrevían hacer algunos vivos ante las apariciones, era como para cerciorarse y estar seguros de con quién han de atenerse. A propósito, aquí un cuentito de la abuelita:

Hubo un mal tiempo en el pueblo, se vio azolado por el tifus, mucha gente fue contagiada y se morían. Le afectó a don Rofilio, mozo que fue enterrado con el pesar de su familia. Después del entierro hacían la “píchiga”: en la misma mesa que velaron el difunto, velan su ropa durante 24 horas, periodo en que el alma regresa por algo que dejó pendiente y a despedirse. Era la media noche con luna menguante cuando don Corpus acompañado de su primo don Crisanto se dirigían a la píchiga de su íntimo compadre Rofilio. Cruzando por la plaza, se acercaban a la portada superior al frente de la iglesia; antes de llegar la portada avistaron tras una de las columnas un bulto negro, como figura humana que empezaba a moverse; don Crisanto con el miedo ni siquiera podía pronunciar palabra, pesadamente cayó al piso como si alguien le tirara de un empellón. Corpus, que permanecía pasmado e inmóvil, alcanzo a pronunciar:

- ¿De esta o de la otra?

Proveniente del bulto negro, escuchó claramente la voz de su compadre Rofilio, al mismo tiempo que pudo distinguir su silueta:

- “¡De la otra! Compadre no me tengas miedo. El Señor no me recibe, por eso quiero pedirte que le digas a mi mamá que hurté algunas de sus alhajas de su cajón de “chafalonías”. Que recoja de la Yolanda un anillo y un prendedor de plata; y de la Peta un par de anillos de plata y le pida que no me llore mucho. Además, que vaya donde don Pedro el joyero recoja un anillo y un prendedor de plata que mandé confeccionar, ya están pagados totalmente”.


Inmediatamente don Corpus, dejando tirado en el suelo a su primo, corrió en busca de su comadre Dominga para avisarle :

- “Comadrita, acabo de encontrarme con mi compadre Rofilio, hay que ayudar para que su almita entre al cielo, me pidió urgente decirle el siguiente encargo…”

La Yolanda y la Peta eran las enamoradas del zamarro difunto y la mamá tuvo que ir a sus casas para pedirles la devolución de las prendas de plata para la absolución del alma de su hijo, claro que la Peta solo devolvió un solo anillo. Seguirá siendo un enigma si el almita habría alcanzado entrar al cielo.

(Continuará)

Shago - Oct 2016

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