Un muchacho, buen muchacho… (Parte 2)

Foto: Augusto I. Zavala O.

Autor: Manuel Campos

De la parte de la roca hacia el corral hay una pendiente y luego viene la planicie. Al otro lado del corral de mi abuelito, hay un camino donde vemos a Saturnina con Juanita que caminaban en dirección cercana donde estaríamos. Les pasamos la voz y un poco más tarde nos encontramos al borde del corral. Ellas iban a ver sus animales en un lugar cercano. Y conversamos. Al lado hay un manantial de agua de donde cogimos con nuestras manos agua par tomar y mojarnos las caras. El día estaba sumamente grato con un sol tibio y acogedor.

El agua caía con un sonido agradable que se hace más intenso y nítido en el silencio. Lo vimos y me gustó como caía el agua. El agua se empozaba formando una represa natural. Con una piedra desvié algo del agua a un lado. Ángel y Julio empezaron a construir un lecho para el desvío de agua, y Shatuca y Juanita ayudaron en la acequia de agua llevándola y haciendo curvas en su trayecto. Se veía bonito el “río” que estábamos construyendo. Se me ocurrió construir un depósito para el agua y todos ayudaron a la construcción. Había alrededor plantas que tienen la médula hueca y con ellos hicimos salientes de la poza, por donde el agua salía cayendo como en la pila de agua del pueblo. Los manantiales de agua se convirtieron en varias salidas, el agua caía tan bonito, todo nos ayudaba.

Con el agua caída decidimos “cocinar” y era necesario tener recipientes donde recoger el agua. Shatuca estuvo pronto a coger arcilla, amasarlo y construir ollas. Todos nos pusimos a hacer ollas, cántaros, platos. Y decíamos, “si esto lo hacemos secar, ya tenemos nuestros utensilios donde cocinar”. “Podemos luego quemarlos como hacen quienes fabrican vasijas de barro y luego las llevan a vender a Marco y Sumbilca.”

Y así, los momentos continuaron deliciosamente gratos. Con nuestras tazas hacíamos que Juanita nos sirviera un chocolate y lo disfrutábamos tomando. Y conversando. Y riendo. El día muy bonito.

En las alturas reventó un trueno.

Los utensilios se veían tan bonitos, similares en proporción a las que se encuentran en nuestras cocinas. Y los platos, tazas, cántaros muy bonitos. Era grato percibir la proporción de nuestros objetos.

Rompiendo el silencio del ambiente se escuchó otro trueno. Algo extraño para este día. Luego otro más. Que raro, que haya truenos en un día así. Ángel fue el primero en notar, “No son truenos, es alguien en la peña, haciendo sonar un chicote”. Francisco miró y en un reportaje relámpago, dice, “es mi abuelito César”. “¿Y las papas?” Las papas. ¡Oh, las papas! Inmediatamente volvimos a la realidad que habíamos pasado buen tiempo haciendo otra cosa que el mandado. Las papas.

Inmediatamente fuimos al lugar de las papas, en momentos en que mi abuelito bajaba de la parte alta a la planicie de Conchococha. Con la rapidez que nos permitió el momento hemos escarbado la tierra y hemos sacado las papas, en la cantidad requerida. Seguidamente, empezamos nuestro regreso, y en nuestro camino habríamos encontrado con mi abuelito y habríamos de escuchar la segura amonestación. No había forma de evitarlo, pero se tiene que hacer lo que se tiene que hacer, y fuimos a su encuentro. Por una coincidencia fortuita para nosotros, alguien caminaba en esos momentos por esos lugares y había saludado a mi abuelito, y mi abuelito siempre cortés, le escuchaba atentamente. Nosotros aprovechamos el momento para decirle “abuelito, nos iremos llevando las papitas al pueblo”. El solamente asintió con una venia no pudiendo separarse de la conversación ni menos hacer un bullicio frente a otros.

Fuimos corriendo literalmente al pueblo, dando gracias a nuestra suerte de haber evadido escuchar el discurso. Llegando al pueblo, mi abuelita muy preocupada nos ve sabiendo lo que puede haber dicho mi abuelito. Una breve explicación le dio a entender a ella lo que había pasado. Le dijimos que tenemos que salir rápidamente a Ireycha, ya que se estaba haciendo tarde. Ella asintió, algo cómplice con nosotros, y nosotros partimos.

Sabíamos que habíamos cometido una falta de no hacer la tarea sin desviarnos. Sabíamos que la falta sería perdonada, no sin antes recibir una buena amonestación por no haber hecho expresamente lo indicado y habernos desviado de las instrucciones. Luego habríamos escuchado las virtudes del cumplimiento del deber, responsabilidad, hacer honor a la confianza puesta en uno. Virtudes que las hemos escuchado anteriormente, y estamos totalmente de acuerdo con ellas.

Pero igualmente en nuestro pensamiento está la emoción del juego y compartir risas con nuestros amigos, y eso, era también sumamente importante.

Los últimos rayos del sol proyectaban sombras alargadas en los caminos. La oscuridad llegaba paulatinamente. En nuestras mentes estaba la imagen de lo que habíamos comido en Ireycha el sábado pasado. La idea del aroma inconfundible de chicharrón, con mote era suficiente para hacer de cualquier momento uno especial. Acompañado de una taza de café era muy atractivo. La semana anterior mi tía Milita había sancochado ocas al punto de derretirlas y las servía como postre. Bueno, que más se puede pedir para hacer de cualquier día un día memorable.

Foto: Augusto I. Zavala O.


Comentarios

  1. Si, dos o mas muchachos, generalmente hacen mal mandado. Cuantas veces nos ha sucedido allá en los apuros Quianeros de la niñez. Pero valió la pena quedarse a jugar con la gallada quitándole espacio al trabajo y recibiendo reprimendas, porque para los niños jugar es vivir. Que bonito es regresar después de mucho tiempo por esos lugares que recrearon nuestra imaginación, tal parece que encontraremos la carretera, la chacra, la acequia, el caballito de callana, el torito de palito, el carrito de piedra, y tantos otros juguetes que valen oro en la mente. Muy buena Cesar, ¡recordar es vivir! Abrazos. VDV.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Estimado Víctor:

      Tú has pintado en elocuentes palabras lo hermoso que ha sido para nosotros, cuando niños, jugar. Los juguetes que mencionas fueron de un valor inmenso, como lo refieres, pues nosotros mismos los construíamos, y todos éramos iguales. Todos los niños nos enfrentábamos a los mismos problemas con las mismas herramientas a nuestro alcance, y al resolver esos problemas, encontrábamos una satisfacción sin igual. Como lo dices, jugar es el privilegio de los niños, y aunque uno tuvo que restarle algo de tiempo a la tarea principal, y a veces exponerse a una amonestación, valió la pena ese juego que solamente en esa época de niñez pudo hacerse.

      Gracias por tu comentario. Un fuerte abrazo.

      Eliminar
  2. Que bonita historia y que bien narrada... saludos al autor y felicitaciones... como nos hace recordar los años felices de la infancia y la niñez...
    Yo recuerdo haber conocido al abuelito de Manuel J. Campos Badillo el Sr. César Emilio Campos, la casa de mi abuelo materno Nemesio Guardamino está situado cerca de su casa y recuerdo muy bien que para subir al segundo piso tenía una escalera de madera muy bien labrada...
    Como dice Víctor Delgadillo, esos recuerdos nos hacen regresar a los lugares y los juguetes que recreaban nuestra imaginación...

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

EL ROL DE “LOS MONTONEROS“ EN LA INDEPENDENCIA

QUIPAN: UN PUEBLO MUY ANTIGUO

LOS ANEXOS DE QUIPAN