A LA CAZA DEL PUMA

 autor: Víctor Delgadillo V. - 2020

Corrían los días de junio de 1961 y los ganaderos de Quipán andaban muy preocupados porque sus rebaños estaban siendo acosados y atacados por un depredador que merodeaba por las Lomas, la campiña y también por los alrededores del pueblo.

Especialmente durante la segunda quincena, algunas noches se registraron asoladas en las querencias lomeras de los chivateros. Por las mañanas los ganaderos encontraban el hato disperso y entre 5 a 8 animales muertos, unos regados por el chiquero, otros arrastrados hasta los matorrales y cubiertos con ramajes o debajo de los setos verdes.

No había dudas de que se trataba de un puma: los rastros de pisadas, la forma como mataba a sus víctimas, así como algunos comuneros ya lo habían visto a distancia. Todas las evidencias apuntaban que era el culpable. Tan horribles incursiones nocturnas tenían atemorizados a los chivateros; las mujeres lloraban por la pérdida de sus cabras, pero solo podían dejar que sus perros pudieran siquiera espantar al depredador. Los ganaderos por temor no se animaban a organizar una partida para dar caza al ladrón, más bien algunos opinaban denunciar estos hechos ante las autoridades en la próxima asamblea o cabildo a fin de que la comunidad hiciera algo.

Por esta época, el ganado vacuno y otros animales menores (excepto el caprino que pastaba en las Lomas bajas) “entraban” a las extensas moyas (chacras) del barbecho, después de cosechar la cebada. Apacentaban en las colinas comprendidas desde Cangrareuco, Shancar, Pampacancha, Copaní, Piedra Colorada, Marcullay y Curancullpa.

La abuelita Ernestina Campos se aprestó a llevar su ganado: los vacunos hasta Shancar y la piara de cerdos a Cangrareuco para que comieran a su albedrio. Al igual que otros comuneros, todos los días por la mañana regresaba para hacer tomar agua a las reses y sacar la leche; así como reunir en un solo grupo a los cerdos.

El cuarto día muy temprano la abuelita bajaba apuradita por el camino grande, se diría casi corriendo, había una preocupación que le mortificaba, como un presentimiento nefasto que le carcomía el pensamiento, aunque no atinaba a explicarse. Es posible que ese estado de ánimo se debiera a la anécdota insólita que narró don Ricardo Estacio, su hijo político, durante la cena de anoche.

Don Ricardo y sus fieles Fido y Rabón, al voltear un recodo del camino pararon repentinamente;
a unos diez metros  un PUMA los observaba también sorprendido.

Don Ricardo regresaba de Pucahuaní después de regar la chacra de alfalfares, acompañado por sus fieles perros Fido y Rabón. En el ocaso del día, cuando el sol estaba “amarillando”, trepaban por el caminito derecho de Sheque. Este sendero es un atajo muy pendiente pero los comuneros lo usan para evitar la gran vuelta que hace el camino principal por Canín. Por aquel cominito faldero, cruzaban zigzagueando debido a que es una zona rocosa y al voltear un recodo, pararon repentinamente. Al frente, a unos diez metros entre el pasto seco, un puma les observaba también sorprendido. Por un instante se cruzaron fijas las miradas sin parpadear ninguno; dicen que quien baja la mirada, pierde. De inmediato Fido y Rabón se lanzaron al ataque dando ladridos vozarrones como para amedrentar al felino. Éste dio media vuelta y con agiles zancadas desapareció entre las rocas, perseguido por los perros.

La abuelita divisó Shancar tras pasar unas formaciones rocosas del camino grande, se sorprendió mucho ver a varias personas congregadas y que comentaban con aspaviento algún hecho, al parecer bastante extraordinario a juzgar por los gestos de incredulidad y hasta de dolor de aquellas gentes. Conforme se acercaba podía distinguir algunos animales tendidos en la loma sobre el pastizal lo que era el motivo de la reunión y del gentío. Tuvo en esos instantes la corazonada que algo malo había sucedido con sus animales, y apresuró el paso en esa dirección. Todas las personas que estaban allí, tal vez tuvieron la misma corazonada y corrieron para reconocer sus animales

En un área de 100 metros a la redonda se podía contar hasta una docena de cerdos muertos, la mayoría con heridas profundas en la panza empapadas con la sangre coagulada. A decir de algunos, es el puma (allá le dicen león) que desgarra de esa manera para comerse únicamente el hígado de su víctima. Si señor, esta matanza solo pudo haberlo hecho aquel puma que merodea la zona desde dos semanas atrás.

La abuelita Ernestina pudo constatar que seis de sus cerdos habían sido asesinados.

Fue una desgracia irreparable para la abuelita Ernestina constatar que seis de sus cerdos fueron asesinados por el maldito puma. Esta fue la gota que colmó el vaso. La familia se vio profundamente afectada por esta adversidad, había que hacer algo y de inmediato.

Don Ricardo Estacio organizó la partida para dar con el depredador. Llamó a su amigo y compadre don José Campos y juntos acordaron la cacería, equipándose cada cual con parque de escopetas y cartuchos de perdigones grandes. En realidad, con mucho más valor y decisión que con equipo material.

Al día siguiente muy temprano iniciaron la campaña escoltados por los fieles perros Fido y Rabón. Después de un festín tan opíparo el puma suele descansar la sobremesa por algunos días. Entonces empezaron por seguirle las huellas desde Shancar. Había tomado por el camino abajo hacia Taullishca, zona de rocas y arbustos muy propicio para esconderse. Pasado el mediodía, los ladridos de los perros alertaron a los cazadores hacia unas rocas, donde efectivamente avistaron al puma que plácidamente dormitaba sobre una saliente al costado de unas cuevas; al parecer era su guarida.

Les tomó buen tiempo diseñar un plan de ataque: con sigilo estudiaron el abrupto lugar, ubicando los accesos, los parapetos, etc. Se acercaron lentamente por dos flancos hasta ubicarse a distancia de tiro. Era la primera vez que le disparaban a un puma lo que de hecho concitaba expectativa y temor, aceleración cardiaca y la adrenalina al tope. Contuvieron por un instante la respiración y casi al unísono apretaron los gatillos esperando ver caer a la presa.

El PUMA se abalanzó con las fauces abiertas y las zarpas al ristre, pero don Ricardo alcanzó dispararle
a quemarropa asestándole por la boca directo a la cervical.

Pero el puma de un salto se metió a la cueva. En tanto recargaban sus armas, se acercaron hasta un claro directamente frente a la cueva donde ahora la bestia estaba en posición defensiva; le dispararon por segunda vez. Mientras don Ricardo se apresuraba recargar su escopeta, don José se distrajo un instante levantando la mirada justo para ver que el puma saltaba sobre ellos, él se quedó paralizado invadido por el pánico, simplemente cerró los ojos. El puma se abalanzaba con las fauces abiertas y las zarpas al ristre, cuando don Ricardo alcanzó dispararle a quemarropa asestándole los perdigones por la boca directamente hasta la cervical. El gran felino cayó pesadamente justo delante de los cazadores. Un profundo suspiro les hizo comprender que, en esa lid, ellos podían haber sido los heridos o tal vez los muertos. Luego vino el alivio, la victoria fue toda una hazaña. Al atardecer regresaban a casa triunfantes y contentos, aunque uno de ellos había mojado los pantalones.

- ¡Mataron al lion!, decía la gente. La noticia inundó de inmediato toda la Villa; muchos querían saber pormenores de la aventura y hasta se tejieron comentarios e historias amorfas.

Los dos cazadores salieron del pueblo de madrugada camino hacia Taullishca, provistos de sus armas y una acémila para trasladar de regreso al extinto puma.

Con mucha precaución y aun con el temor a flor de piel, se fueron acercando hasta donde yacía inerte el animal; los perros Fido y Rabón quienes llegaron primero olían y rodeaban muy calmados, eso confirmó a los cazadores que el puma estaba bien muerto. Quedaron pasmados al ver tamaña bestia: era un joven y robusto macho de 1.70 metros fuera de la cola, unos 80 kilos, las zarpas más grandes que manos humanas; lo más sorprendente era que toda su piel estaba entera, sin ningún rasguño; los perdigones le habían dado de lleno, pero apenas habían provocado pequeños abscesos.

Don Ricardo y don José con su presa llegando al patio del colegio 420

Desde Taullishca sube un empinado camino que ingresa al pueblo por el barrio Pucará. Había mucha gente esperando en la pequeña explanada junto a la Cruz de Pucará, incluso se abrió paso una delegación de tres alumnos de la Escuela 420 para invitar a los cazadores, por encargo del director Profesor Manuel J. Campos, para llevar su presea al patio del colegio.

En el patio de tierra, congregados los alumnos, profesoras y muchos pobladores, recibieron al puma. Todos querían verlo de cerca, tocarlo y admirarlo: era la primera vez que lo podían hacer; era un depredador, una fiera, y aunque muerto infundía temor. Era como aquel Wakon dios telúrico que mataba y comía gente pero que parecía un harapiento e inofensivo ser. Luego de unas fotos para el recuerdo tomadas por el director, los profesores y alumnos se dirigieron a sus aulas, y el sequito siguió hasta la casa de don José Campos.

Por la noche el puma estaba totalmente destazado, repartiéronse la carne entre los notables del pueblo. Dijeron que era una carne suave y muy exquisita. ¡Vaya paradoja que, a modo de epilogo, tuvo este felino!: el depredador fue cazado, comido y degustado. Nunca se supo de otros ataques de pumas por el pueblo; tal vez aquel habría sido uno de los últimos que vivieron en esta zona.

Shago 2020

Los cazadores con su trofeo posando con los alumnos


Comentarios

  1. MUY INTERESANTE E INSTRUCTIVO EL NOVELESCO RELATO DE LA CAZA DEL PUMA DEPREDADOR DE LOS GANADOS DE QUIPAN...MUY BONITAS FOTOGRAFIAS DE LOS CAZADORES Y DEL PUMA Y DE LOS ALUMNOS... MUCHO RESPETO SE MERECEN LOS PERRILLOS "FIDO" Y "RABON" POR HABER APOYADO SIN TEMOR EN LA CACERÍA...HE ALLI EL RECORDADO SEÑOR ESTACIO Y EL SEÑOR CAMPOS, MUY BUENA VENA LITERARIA SEÑOR "SHAGO"...FELICITACIONES. MUY BUEN RELATO DE UNA HISTORIA REAL...

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  2. Excelente relato, había escuchado la historia, pero con la redacción y las fotografías compruebo su veracidad.

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