Las Increibles Andanzas del Famoso “Juan Oso” de QUIPAN

Autor : QUIPACHO

En todos los pueblos antiguos siempre quedan flotando en el ambiente viejas historias y leyendas que se transmiten de manera oral desde tiempos inmemoriales. En el pueblo de Quipán, provincia de Canta, desde siempre subsiste una famosa leyenda o mito de “Los Toconahues”. Los Toconahues son seres semihumanos mitad hombre y mitad caprino algo así como en las leyendas griegas tenemos el “macho cabrío”.

Decían que los Toconahues viven en las cuevas alejadas y solitarias de los cerros poco concurridos, estos seres tenían la costumbre de hacer apariciones cuando habían humanos solitarios que están caminando de repente buscando alguno de sus animales, asnos o vacunos que se han extraviado por algún motivo. Vayamos a la historia que me contaron mis padres y que ellos lo habían escuchado de sus mayores y con todo lujo de detalles.

“JUAN OSO”: Desde muy joven este quipanista muy bromista e ingenioso se había ganado a pulso el sobrenombre de “Juan Oso”, el tal Juan que se apellidaba Rodriguez había realizado una legendaria historia jocosa en Quipán.

1.

En la Iglesia del pueblo hay 2 campanarios que tienen sendas sonoras campanas cuya buena aleación de bronce era muy especial y sus sonidos se escuchaban en todo el pueblo. Cuando se quería avisar de alguna reunión importante se echaban al vuelo las campanas y de este modo se convocaban a los Comuneros para realizar alguna Asamblea urgente por algún motivo muy importante…

Una vez, durante una noche pasadas las ocho de la noche (que en Quipán es ya muy tarde y además no existía alumbrado eléctrico), pues de repente se escuchaban muy sonoras las campanas repiqueteando fuertemente llamando muy urgente a alguna reunión de emergencia. 

Los comuneros alistándose muy prestamente comenzaron a llegar en tropel a ver cuál era el motivo de tamaño llamamiento de campanas; y cuál no sería la sorpresa de todos al encontrar atados a cada campanario unos señores asnos o burros que se alborotaban muy asustados con la sonoridad de las campanas…pobres asnitos, estaban enloquecidos… ¿Qué había pasado ?...Sencillamente que en cada campanario estaban sendos asnos o burritos atados a cada campana y los animalitos se espantaban con el sonido de las campanas…era un pandemónium…

Ahora la pregunta era ¿ Quién habría hecho tan tremenda broma que los sacó de sus silentes sueños a todos los comuneros asustados por las llamadas de campana?... haciendo averiguaciones se supo que esa era una acción del muchacho que era conocido como “Juan Oso”.

2.

En los pueblos de la Sierra y generalmente en provincias se tenía como superstición perniciosa el escuchar cantar a los grillos en las puertas de las casas…era del peor presagio. Una vez, en las casas de los más ancianitos y ancianitas del pueblo los grillos cantaban a mas no poder y eran bastantes…era muy trágico ver como dichos ancianitos andaban con escobas y palos tratando de espantar o liquidar a los benditos grillos…todos estaban asustadísimos y no era para menos; los ancianitos querían vivir mucho más tiempo aún…

¿Qué pasaba ? Pues, que el tal Juan Oso se había dado el trabajo de recolectar cualquier cantidad de grillos del campo y fue echando de puerta en puerta en las casas de las personas de mayor edad para hacerles la tremenda broma…

Como vemos, estas bromas tan originales e ingeniosas eran las hazañas del Juan Oso juvenil. Posiblemente deben haber muchísimas más jocosas e hilarantes anécdotas del famoso Juan Oso; lo que os estoy narrando son tres historias que escuché contar a mis padres en sus tertulias mientras ellos se desternillaban de la risa…y no es para menos.

Veamos ahora esta historia tragicómica que narraban mis padres del Juan Oso ya adulto y comunero del pueblo.

3

En los poblados campesinos existían nombres y apellidos repetidos y para evitar confusiones inoportunas, los pobladores les nombraban con otros apelativos que los diferenciaba de manera notable; por ejemplo habían 3 personas con el nombre de Pedro y se apellidaban del mismo apellido; para diferenciarles a uno le llamaban Pedro Dino, al otro Pedro Fino y al otro por su verdadero apellido. Resulta que Juan Rodriguez o Juan Oso era compadre de uno de ellos y como buen compadre dicharachero, se gastaban bromas y más aún contando con el ocurrente Juan Oso.

Una vez, en los meses de invierno cuando los cerros se cubrían de espesas nubes que subían desde la Costa por las quebradas empinadas de los cerros de Las Lomas de Quipán, uno de los Pedros había ido solo a buscar algún animal suyo que se había extraviado en los cerros. El campo era muy silencioso y desolado y caminar por esas soledades debe haber sido muy especial y tenebroso y más aún por el miedo de encontrarse con los Toconahues.

Juan Oso sabía que su compadre se encontraba en algún cerro muy lejano y solitario y Juan Oso se trazó sus planes: En una cueva escondida en el recodo del camino por donde forzosamente tenía que pasar el compadre.

Juan Oso se disfrazó de Toconahue; para ello se desnudó y se vistió con unos vestidos de sogas como un indio salvaje, se puso un correaje y del cual salía como una colita o rabo de animal, se pintó el rostro como si fuese un camuflaje de guerra y se colocó unos cuernos en la frente y se armó con un chicotillo en la mano derecha y estaba listo para su actuación. Miró a su objetivo, su compadre Pedro y calculó la distancia adecuada y le gritó estentóreamente de tal manera que su voz se mezclara con el eco de los cerros y la cueva. “¡Hola Pedro! Le gritó, cuál de los Pedros eres tú: el Dino o el Fino?... el compadre miró en la dirección de la voz y en la cueva del camino vio un ser bastante estrafalario que le miraba y le llamaba con la mano izquierda mientras con la derecha blandía un chicotillo que sonaba con un gran chasquido…

Don Pedrito se llenó de espanto y sólo atinó a correr desesperado por los caminos que cruzaban el camino principal y no paró de correr hasta llegar a su casa donde con mucho miedo y temblando como si tuviera terciana o paludismo les contó de manera entrecortada su encuentro con el Toconahue en su cueva.

Pedrito amaneció con fiebre y malestares, no pudo dormir casi nada y su semblante iba decayendo cada vez más…Ninguna “curiosa” o curandera del pueblo acertaba en mejorarlo y se iba poniendo cada vez peor de tal modo que tuvieron que traerlo a Lima por los caminos de Las Lomas subido en una camilla…

Se hospitalizó y su mejoría no ocurría y era tan desastrosa su situación que sus familiares ya no encontraban esperanzas de aliviarlo. Entonces vino a Lima su compadre Juan Oso quien al ver el estado de su compadre se arrepintió de su broma pesada y comenzó a interrogarle en forma mesurada:

Compadre Pedro, en tal fecha estabas tú en tal parte buscando tus burros y caminabas por tal camino eh?, Cuando tú te hallabas en tal lugar desde esa cueva solitaria escuchaste que alguien te llamaba insistentemente y te mostraba sus chicotes y sus cuernos eh?

Pedrito el enfermo fue atando cabos y se dio cuenta que todo eso del Toconahue era una broma pesada de su compadre Juan Oso; y era tanta la ira que tenía que desde su lecho ya de desahuciado se levantó con tal fiereza para masacrar al compadre Juan Oso que los enfermeros tuvieron que agarrarlo para que no lo hiciera…

Esta es otra anécdota típica del famoso Juan Oso, y cuantas más habrán de estas historias que nos pintan de cuerpo entero las leyendas que subsisten en los poblados antiguos de la Costa y la Sierra de nuestro inmenso país.


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