Memorias de mi Niñez en Quipán

 autor : Manuel Campos

Recordar al lugar y tiempo donde uno ha vivido los años de infancia es una tarea que requiere discreción y cuidado debido a que los sentimientos del presente, algunas veces, sobrepasan a los recuerdos. Recordar al lugar donde hemos caminado durante los primeros años de nuestras vidas trae consigo nostalgia por aquellos días unida al recuerdo de la alegría que se disfrutaba. Esa alegría en gran parte es también debido a que en aquella época éramos niños y todo era maravilloso.

Al escribir de nuestra infancia uno quisiera que familiares y amigos me lean, quisiera que a algunos les guste mis recuerdos, quisiera despertar en algunos emociones que concuerden con las mías. Pero la verdad es que todo eso es secundario. Pienso que todos nosotros, tenemos una emoción personal de esos años, una emoción dulce y fuera de toda otra. La íntima realidad de escribir acerca de nuestra niñez, yo pienso, es que uno quiere volver a sentir esas dulces emociones de cuando niño y en una forma peculiar re-encontrarse consigo mismo.

Vivíamos en un pueblo hermoso. La vida en un pueblo como Quipán era tranquila, una vida en otra realidad donde en general teníamos todo lo que necesitábamos y nada nos hacía falta. Cuando uno es niño, todo está ligado a la escuela. Los sucesos ocurren antes de la escuela, durante la escuela y después de la escuela. Y en esa armonía nuestra vida era una vida ordenada.

Generalmente habían ocupaciones que hacer en la casa antes de la escuela, como son traer agua de la pila, ir a comprar el pan para el desayuno, a veces ir a traer leña de Alpallaní, ir con Francisco, mi primo, a atender a sus responsabilidades de las chacras o cuidado de animales. Nosotros no teníamos animales, chacras ni cultivos, así que mis actividades eran acompañar a mi primo Francisco a las actividades que a él le correspondían.

La campana anunciaba las 8:00 a.m., señal que marcaba el momento en que estuviésemos en proceso de alistarnos para ir a la escuela como completar el aseado personal, tomar desayuno, asegurarse que todos los cuadernos necesarios para el día estén en nuestras maletas. Luego la campana tocaba la "media", el anuncio de las 8:30 a.m., momento de correr de donde estemos para llegar a la escuela y a las 9:00 en punto estábamos formando en el patio. A las 10:30 sonaba el silbato indicando la hora de recreo, y luego de 11:00 a 12:00 la segunda parte de la mañana. Un intervalo de tres horas para ir a almorzar, y regresar nuevamente a las 3:00 p.m., esta vez ya directamente a los salones de clases, recreo a las 4:00 y salida finalizando el día a las 5:00. Se asistía con este horario de lunes a viernes, el sábado solamente en la mañana.

En las mañanas, en la escuela, teníamos reunión general de todos los alumnos. Uno de los alumnos del quinto año era asignado como "semanero", quien durante una semana, ayudaba en la formación, ordenamiento y otras actividades antes de las clases. Se cantaban canciones. El semanero o el maestro de turno seleccionaba a algún alumno para "dar la voz" de la canción, es decir cantar una línea de la primera estrofa y luego todos cantábamos siguiendo la voz de ejemplo. Luego de algunas canciones e informaciones generales dirigidas por un maestro o el director, entrábamos a nuestros salones, desfilando por años de estudios. Y las clases empezaban.

Al final del día teníamos algunas tareas antes de la cena, pero igualmente teníamos tiempo libre para jugar. Nuestras tareas eran ir a traer el agua de la pila, ir a comprar el pan para el "lonche", ir a traer verduras de Shantan. A veces las tareas eran mas grandes que generalmente representaban ir con Francisco a ver y cuidar a los animales.

Durante nuestras actividades fuera de la escuela teníamos la suerte de jugar. Los juego al encontrarnos con otros niños sucedían naturalmente cuando dos o tres de nosotros estuviésemos de paso por el mismo lugar y eran: trompo, bolitas de cristal, el "ñoco", hacer volar aviones de papel construidos por nosotros mismos. Un juguete interesante que hacíamos era aplanar chapas de bebidas gaseosas, donde se ponían un par de agujeros para hacer pasar una pita. Al poner la pita entre los dedos, el hilo hacia que la chapa girase. Era un dispositivo ingenioso, simple y que atraía mi atención enormemente. Me encantaba verlo girar a velocidad solamente con el mover de las manos en las pitas. Admirable como ese instrumento giraba con tanta rapidez y al hacerlo producía un sonido, un ronronear como el de un insecto. Algunas veces nuestras competencias eran entre dos tratando de cortar el hilo del oponente, con lo cual su chapa iba volando por su propia energía. Felizmente nunca vi que una de esas chapas, que eran pedazos de metal girando en el aire, llegasen a la cara o el cuerpo de ninguno de nosotros.

Otro juego muy apreciado era el "lingo", que consistía en que uno de los participante se ponía inclinado con los brazos sobre las rodillas formando un taburete. Los demás participantes, en fila iban de uno en uno, sujetándose con los manos y saltando sobre el taburete. Cuando el último en la fila ha saltado, el toma el lugar del jugador inclinado y todos los demás repiten el juego.

Los juegos variaban durante el año. Nadie los organizaba, pero de alguna manera todos sabíamos instintivamente que era la temporada de trompos, boliches, chapas molidas, y en algún momento llegó el "yo-yo". Era sumamente agradable jugar. La hora de la cena llegaba y era necesario romper la fantasía del juego para atender algo que nos habíamos olvidado por completo.

Durante la cena la conversación se dirigía a temas generales: noticias, política, sucesos mundiales, los cuales continuaban por buen rato después, haciendo sobremesa. Mi mamá tenía un don especial para la narración, y cuando empezaba a contar una de sus historias podía mantener a su audiencia pendiente de cada palabra, sin que se escuchase otros sonido que el de su voz. Con sus narraciones escuchamos cuentos de las "Mil y Una Noches", las fábulas de Esopo, y otros cuentos que no sé de donde los aprendió. Y la oportunidad llegaba de comentar de lo escuchado, sentir la emoción de lugares lejanos, evaluar la fantasía de cosas por venir. Era muy grato sentir la fascinante e inigualable virtud de navegar con el pensamiento por lugares extraordinarios. Esas conversaciones, luego de la cena, nos llevaron con el pensamiento a evaluar posibilidades, a debatir historias fantásticas, a pensar en lo que puede haber en el futuro. Había mucho tema de que conversar en esas noches oscuras al lado del dulce y acogedor calor del fogón y compañía familiar.

La noche transcurría y era necesario romper la magia del momento para continuar con el plan diario y hacer las tareas escolares. Nuestro trabajo en la escuela era preparado en dos partes: teníamos el cuaderno de borrador, donde hacer apuntes durante cada clase, para en la noche "pasarlo en limpio" es decir escribirlos ordenadamente, con limpieza y arte a cada uno de los cuadernos de cada materia. Además en cada clase habían "tareas" que trabajar como hacer descripciones, resolver problemas de aritmética, dibujar algo relacionado con el tema de clases.

Para escribir usábamos tinta, tinta líquida de tinteros, donde mojábamos la pluma metálica de nuestros lapiceros. Generalmente teníamos dos y a veces tres colores de tinta: negra, roja y azul. En nuestros cuadernos los títulos eran escritos con tinta negra o azul, y subrayados con tinta roja. En las noches, luego de la cena, todos los niños de la casa, nos poníamos en nuestra meza de la sala, sentados en el escaño a trabajar en nuestros cuadernos.

Era muy grato ese trabajar, que lo combinábamos con conversaciones y risas mientras hacíamos nuestras tareas. Luego de un día activo a veces el sueño nos ha llegado y en mas de una ocasión hemos despertado al sentir el olor inconfundible de pelo quemado de alguno de nosotros en la llama de la vela o lámpara a kerosene.

Y el trabajo escolar estaba matizado con actividades fuera de lo netamente educativo. Un año el pueblo de Estados Unidos hizo donaciones de leche en polvo a las escuelas de Quipán. Imagino que debe haber sido para todas las escuelas del país. A nuestra escuela llegaron bolsas con leche en polvo, y se decidió hacer desayuno escolar un día por semana. Muy de mañana el encargado de dirigir la preparación del desayuno, como diríamos el cocinero oficial aunque eso no es como lo llamábamos, uno de los alumnos del quinto año, estaba en la escuela midiendo los ingredientes para preparar la avena con leche y chocolate. Él lo tenía todo bien organizado, siguiendo anotaciones agregaba a la olla cantidades exactas de agua, leche, cocoa, azúcar, avena "Quaker", canela, etc. Todos los ingredientes los iba poniendo paulatinamente mientras cocinaba. Cada alumno traía consigo lo que iba acompañar a la taza de leche con avena. Así se podía ver que traían pan, papas sancochadas, cancha, queso, torrejas fritas. Que delicioso era tomar ese desayuno en la escuela, en nuestras carpetas antes de empezar el día escolar.

Uno de los años llegaron las misiones a Quipán. Los misionero eran dos sacerdotes: uno creo que su nombre era el padre Mazini y su acompañante el padre Luis. Ambos hacían actividades de educación religiosa en la escuela y en las noches de esas dos semanas que duraron las misiones, habían reuniones en la iglesia. El padre Luis era muy ameno, era joven, y tocaba el violín. Tenía una cualidad especial para extraer melodiosas notas de su instrumento, las que lo escuchábamos absortos. Y tenía la habilidad de mantener nuestra atención mientras daba su clase de religión, pues acompañaba su prédica con juegos de magia y actos graciosos que nos mantenían pendientes de sus palabras.

En los días de cosecha de maíz, a veces teníamos que ir a Ireycha a pasar la noche y regresar en la madrugada para ir a la escuela. En algunos años, toda la escuela funcionó en Ireycha, y ya no tuvimos necesidad de caminar al pueblo durante esas dos semanas mas o menos en que la escuela se trasladó a su ubicación en el maizal.

Los jueves en la tarde, antes de empezar las clases, teníamos la tarea de llevar agua para nuestro árbol en la alameda a la entrada al cementerio. Cada uno de nosotros cuidaba a un árbol que lo hemos cultivado desde plantarlo hasta que fueron creciendo durante los años que estudiamos en el pueblo.

Un par de veces hemos ido, en excursión, a Argua, en camino a Marco. El objetivo era tener un día de actividades fuera de los salones, bañarse en el río, gozar de la naturaleza. El agua venía de las alturas y formaba una poza lo suficientemente amplia como para nadar. Algunos empezaron inmediatamente a nadar y el aspecto era invitador. Cuando quise entrar, noté que el agua estaba helada, pero uno tuvo que entrar a la poza simplemente para no quedar mal con los compañeros de clase. Luego del baño se comía el fiambre y las cosas se ponían muy gratas. En mi primer viaje tuve la sorpresa de encontrar una gran cantidad de pecesitos en el agua. Al igual que otros alumnos recogimos pecesitos para llevarnos a la casa, todos muy contentos, hasta que en el camino, algún colega nos hizo saber que esos "pecesitos" eran en realidad renacuajos, animales en camino a convertirse en ranas. Terminó nuestra alegría por los pecesitos.

Habían muchas otras actividades que mantenían vivas nuestras imaginaciones. Las competencias con otras escuelas, los exámenes de conocimiento y de arte, la banda de guerra, excursiones de visitas a los pueblos vecinos en ocasiones especiales, la preparación para las actuaciones durante fiestas cívicas o la velada del 27 de julio, construcción de faroles para el paseo de antorchas. Un año construimos sillas de palos unidos sin clavos, solamente en agujeros hechos con berbiquí y el asiento con hilos de cabuya que nosotros mismos lo procesamos. Tantas actividades que mantuvieron atractiva nuestra vida.

Y las fiestas, que se puede decir de las fiestas del pueblo que eran los momentos mas gratos en nuestras vidas. Durante las fiestas llegaban bandas de músicos de otros pueblos para acompañar la celebración. Habían conjuntos de baile formado por entusiastas del pueblo. Algunos residentes instalaban puestos de venta de frutas, helados, picarones, dulces, piononos, chancayes. A veces llegaban de otros lugares vendedores de productos quienes se instalaban en alguna calle o la plaza, mostrando sus mercaderías para la admiración de todos nosotros.

A mi me gustaban las fiestas, me encantaba escuchar la música de la banda muy de mañana, yendo a dar el alba. La banda de músicos me atraía en forma especial, cada vez que los veía me daba el gusto muy personal de seguirlos por unas cuadras, seguirlos simplemente por el gusto de sentir sus sonidos y ver a los participantes tocar instrumentos musicales.

Durante los años 50, en Quipán, vivíamos en un mundo aislado del resto del mundo, en un nido dulce, tierno y acogedor. Las noticias del día eran las que ocurrían en el pueblo, las noticias del mundo externo llegaban muy de cuando en cuando, por los periódicos y revistas que mi papá recibía alrededor de una vez al mes, y allí leíamos sucesos de Lima, el Perú y el mundo. La idea de que existía la radio, un dispositivo maravilloso que permitía escuchar voces de lugares lejanos, era una fantasía escrita en libros y revistas. 

Y paralelamente tuvimos la suerte de vivir en una época que nos permitió ver sucesos extraordinarios. Fuimos espectadores como en un teatro, viendo y viviendo sucesos que harían huellas en la historia y en nuestras vidas, y marcarían la tonalidad de la época, una época dorada. La llegada del primer radio al pueblo causó emoción sin igual. La llegada de la energía eléctrica para iluminar todo el pueblo y las casas fue otro acontecimiento extraordinario. La carretera llegó a Huamantanga y luego a Quipán. El “bolígrafo” vino a reemplazar a la “tinta líquida”. Con el transcurso del tiempo los artefactos eléctricos nos empezaron a acompañar. El Sr. Fortunato Zavala estableció una tienda de venta de radios y otros artefactos eléctricos y como consecuencia trajo novedades que no las habíamos ni siguiera imaginado: llegaron los radios portátiles que un día nos permitiría ir caminando y escuchando música, y así llegó a nuestro mundo la grabadora de sonido. Un día apoteósico veríamos al maestro arpista Felix Padilla grabase, en la plaza de nuestro pueblo, la incomparable música de los abuelitos de Quipán, y seguidamente escuchamos admirados, absortos, atónitos la reproducción fiel, dulce, tierna de tan hermosa melodía.

Vivir en esos días de mi niñez, durante esos años, en Quipán, fueron indudablemente los mejores tiempos de todos los momentos. Fui afortunado, en sumo grado, de haber pasado mis días caminando por caminos de herradura, atendiendo a los animales, jugando en el suelo, nadando en el río, construyendo mis propios juguetes, cosechando maíz. Y ms importante compartiendo con toda la gente con quienes tuve la suerte de vivir en esos días en mi hermoso y adorado Quipancito.,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,                                                                                                                                                                                      

Comentarios

  1. Felicitaciones Cesar; tus memorias abren la ventana de los recuerdos que nos transportan a los años maravillosos de la niñez. Era un matiz de juego, de trabajo y de responsabilidad. También he gozado escuchando los cuentos de almas de la abuelita Florencia, sentados en el pellejo alrededor del fogón; nuestra cocina quedaba unos 20 metros de la de ustedes. El problema era pasar por el "motor" antes de llegar a la casa grande para dormir. Abrazos.

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    1. Estimado Víctor:

      Gracias por tu comentario. Me alegra saber que mi narración haya despertado en tí, memorias de los años maravillosos de nuestra niñez.

      Haces mención a los cuentos de almas. Ah, los cuentos de almas, como gozábamos con cuentos que nos mantenían pendientes de la voz del narrador, con un miedo terrible a salir fuera de la cocina para enfrentarse a la oscuridad, y al mismo tiempo con un deseo grande de no perderse una palabra del cuento.

      Días maravillosos, en época maravillosa.

      Un fuerte abrazo

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  2. Sencillamente fabulosos recuerdos de Manuel J. Campos Vadillo...casi todos los alumnos de la Escuela 420 de Quipán lo van a recordar y añorarán sus vivencias idas...

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